Contrariamente a lo que se cree, las feministas no hemos renunciado al amor. Nos enamoramos locamente igual que las mujeres que no se identifican con el feminismo. Sólo no queremos algunas cosas del amor tradicional y tratamos de vivir el amor de una manera diferente a aquella para la cual fuimos educadas. Eso sí: aunque lo intentemos, es cierto que nos cuesta gestionar ese amor sin obedecer a la norma.
Nosotras hemos dicho (o yo, mejor dicho) que el amor romántico heterosexual ha perjudicado mucho a las mujeres. Esa popular idea del príncipe azul y la princesa que tiene que ser rescatada no me atrae, rechazo el concepto de ser la media naranja de alguien y la idea de que sin pareja no se es nada.
Puedo identificar fácilmente la violencia asociada “al amor” (el control, el matrimonio forzoso, la maternidad impuesta, el vigente rechazo a la homosexualidad, etcétera), pero, cuando me paro a reflexionar sobre el tema, me suelen surgir preguntas increíblemente largas y contradicciones profundas. Quiero un amor diferente al aprendido, pero las cosas “tradicionales” que rechazo vienen muchas veces de la mano con una relación.
Me pregunto si algunas de las fórmulas nuevas funcionan. Muchas veces decidí romper con la monogamia pero resultó que tampoco el poliamor me funcionó. Otras veces rompí también con la idea de la heterosexualidad obligatoria, pero eso tampoco me liberó de algunas ideas estereotipadas sobre el amor. Me quise deshacer de las etiquetas “novia” o “novio”, “pareja”, ni qué decir de “marido”, “esposa”, etcétera, pero tampoco he conseguido encontrar la manera de nombrar a la persona que, al fin y al cabo, es mi pareja o mi novia o novio. Tampoco me gustó el término “amiga/o especial”, “free” porque sabemos muy bien que existe algo (o mucho) más que eso.
Trato de romper patrones. Quiero vivir con alguien, pero quiero que no sea en términos patriarcales. Quiero dar y compartir, pero no quiero depender ni anularme en el proceso.
Yo estoy enamorada desde hace mucho tiempo, no lo voy a negar. No me cuesta admitir que estoy locamente enamorada, pero sí que me cuesta pensar en todo lo que eso implica. La persona que una vez elegí como compañero de vida me es muy importante, es mi amigo y a la vez mi amor, y, como yo, quiso hacer las cosas distintas también, pero la mitad del tiempo la pasabamos luchando entre lo que queremos y lo que nos enseñaron que debe ser. Pasamos el tiempo pensando e ideando maneras de relacionarnos diferentes, maneras que creíamos podían ser más saludables para ambos... Luego de tanto pensar y pensar, regresamos al inicio de todo, si nada, sin nadie, cada quien por su lado. Solos. Bueno, es mi caso, él logró encontrar a alguien.
No comparto la idea de que “el amor puede con todo”. En las relaciones que he tenido la llamada “magia del amor” me ha durado sólo mientras esas relaciones me aportaban algo bueno. No se me da bien rescatar, ni cegarme, ni aguantar. No me malinterpreten; claro que trato de cuidar, amar y procurar lo que tengo con esa persona que está a mi lado (o delante, o detrás, o encima o abajo) y no le pido más de lo que me pueda o quiera dar a quien esté conmigo.
No me gustan las cosas forzadas. Las historias se viven, no se tienen. Yo no quiero tener una relación; quiero vivir mis relaciones, sentirlas, amarlas (y eso lo trato de aplicar al resto de mis relaciones, sea con los amigos, con la familia, o con cualquier otra persona), y si no es así, no me interesan esas relaciones, por eso me alejo de muchas personas.
Hace tiempo decidí que quiero relaciones basadas en el cuidado de ambas partes. Pero eso no significa que “voy a estar ahí pase lo que pase o hagas lo que hagas”, ni que voy a poner tus deseos, tus necesidades o tus penas por encima de las mías. El cuidado significa ponerse en un mismo nivel de relevancia a la hora de compartir algo. Cuidar a los y las demás significa dejar que lo cuiden a uno, mostrar debilidad y fortaleza cuando corresponda, aunque eso me cueste y asuste también.
El amor es algo extraordinario. Tanto el amor entre amigos, como el amor “de pareja”. Tiene la capacidad de convertir un simple desayuno en la cosa más especial del mundo. Lo mismo ocurre con un café o con una buena comida o un par de chelas. Incluso platicar en la calle puede convertirse en algo especial cuando se dispone de buena compañía. Ni hablemos de lo sexual que ya es todo un tema, eso a lo que llaman “hacer el amor”, expresión que a muchos no nos termina de convencer.
Quizá se trate de ese peso del que muchas mujeres tratamos de deshacernos, pero no hay duda: tener sexo con esa persona que me vuelve loca y me apasiona, a quién amo profundamente, no es lo mismo que tener sexo con cualquier otra persona.
Tal vez muchos no sepamos lo que queremos, pero tenemos claro lo que no queremos y mientras lo descubrimos podemos seguir viviendo, cuestionando, pensando y, por supuesto, amando.
Hasta la próxima!
R.